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Mucho más que calmar la sed: la ciencia detrás de la hidratación

En el verano de 2003, Europa vivió una de las mayores olas de calor de su historia reciente. Solo en Francia, más de 14.000 personas fallecieron, en su mayoría ancianos. Muchos de ellos no estaban enfermos de gravedad: simplemente no bebieron suficiente agua o no la tenían disponible. Aquel episodio reveló algo que solemos dar por sentado: la hidratación no es un gesto trivial, es un factor que puede marcar la frontera entre la salud y la enfermedad.

La deshidratación silenciosa

Lo curioso es que no hace falta llegar a situaciones extremas para comprobarlo. Numerosos estudios muestran que perder apenas un 1 o 2% de agua corporal —algo que puede ocurrir en un día de calor sin apenas darnos cuenta— basta para alterar el estado de ánimo, reducir la concentración y aumentar la fatiga. El cerebro, compuesto en un 75% por agua, es especialmente sensible: quienes trabajan en oficinas mal climatizadas o estudiantes durante exámenes han mostrado un peor rendimiento cognitivo cuando llegan a este umbral de deshidratación.

Pero el problema no se queda en el terreno de lo inmediato. Una ingesta insuficiente de agua se ha relacionado con dolencias tan comunes como el estreñimiento, las infecciones urinarias o los cálculos renales. En un ensayo clínico publicado en JAMA Internal Medicine, mujeres con cistitis recurrente que añadieron litro y medio de agua a su consumo habitual redujeron a la mitad la frecuencia de episodios. Por su parte, las revisiones Cochrane concluyen que mantener una diuresis superior a 2 litros al día reduce significativamente la recurrencia de piedras en el riñón.

Los efectos metabólicos también son notables. Investigadores han observado que beber menos de medio litro de agua al día puede aumentar el riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, al favorecer picos de glucosa y dificultar el control de la insulina. Otros estudios han medido un gasto energético adicional de hasta 400 kJ diarios simplemente al ingerir dos litros de agua, lo que ayuda a controlar el peso corporal. Y, en el terreno cardiovascular, la deshidratación incrementa la viscosidad sanguínea y el riesgo de enfermedad coronaria, mientras que aguas con calcio o magnesio se asocian con beneficios para la salud del corazón.

Elegir agua de calidad: la otra mitad de la historia

En la vida cotidiana, la señal de alarma es sencilla y accesible: el color de la orina. Cuando es clara o color paja, la hidratación suele ser adecuada; cuando se torna más oscura, es una llamada inmediata a beber. El problema es que la sensación de sed no siempre es un indicador fiable, especialmente en niños y en personas mayores, dos de los grupos más vulnerables.

Llegados a este punto, cabe preguntarse: ¿vale cualquier líquido para hidratarse? La respuesta de la ciencia es clara: el agua siempre debe ser la primera opción. El café y el té, en cantidades moderadas, pueden contar como parte de la hidratación diaria, pero las bebidas alcohólicas no sirven y, en épocas de calor, incluso pueden agravar la deshidratación. Los refrescos azucarados, por su parte, alivian la sed de forma momentánea, pero añaden calorías y no sustituyen el papel del agua pura.

Lo que bebemos es tan importante como cuánto bebemos. El agua de calidad, libre de contaminantes, ofrece beneficios que van más allá de la simple reposición de líquidos. En España, donde la dureza del agua varía mucho según la región y no siempre se percibe como agradable, muchas familias recurren a sistemas de purificación para asegurarse de que lo que llega al vaso es limpio, saludable y con buen sabor. Y es que no es lo mismo hidratarse con un agua fresca y ligera que con un líquido cargado de cloro, cal o impurezas.

La periodista y dietista A. Adan, en una revisión sobre hidratación y rendimiento mental, lo resumía con una frase contundente: “El agua es el nutriente olvidado”. Quizá porque no tiene calorías ni un sabor llamativo, quizá porque está demasiado al alcance de la mano. Pero su ausencia se hace sentir de forma silenciosa, acumulando fatiga, pequeños dolores y un mayor riesgo de complicaciones de salud.

La próxima vez que coja un vaso de agua, piense en ello: no está solo calmando una sed pasajera, está ofreciendo a su cuerpo la herramienta más sencilla y poderosa para prevenir enfermedades y sostener su energía. Y si el agua es la base de nuestra vida, ¿no merece la pena asegurarnos de que sea siempre la mejor agua posible?

En BEBER SALUD creemos que hidratarse no es solo cuestión de cantidad, sino también de calidad. Nuestro compromiso es ofrecer un agua que:

  • Proteja la salud, eliminando contaminantes y cloro.

  • Tenga un sabor fresco y ligero, que invite a beber más y mejor.

  • Prevenga dolencias asociadas a la deshidratación y al consumo de agua de baja calidad.

Beber agua saludable es, en definitiva, invertir en bienestar y prevención.